Si bien los dantzaris están desde los años cuarenta y hasta hoy presentes en los actos y procesiones oficiales en Pamplona, así como en numerosas fiestas y celebraciones, la figura del danzante tradicional como tal, estaba completamente olvidada en la ciudad a pesar de contar con una larga tradición.
Cabe decir que la cuadrilla de danzantes que desde la contrarreforma hasta finales del siglo XVIII había participado en las celebraciones pamplonesas, contempla una concepción de la danza, del repertorio, del atuendo y del grupo en definitiva, diferente a la que actualmente hay en Pamplona representada por su grupo de danzas municipal y demás grupos de danza en general. Por lo tanto, sin quitar mérito alguno a los dantzaris del Ayuntamiento y otros grupos de danzas, consideramos que hay diferencias sustanciales en objetivos, características y maneras de desarrollar y concebir el ámbito de la danza. Parece razonable, por lo tanto, diferenciar entre dantzari y danzante.
Un danzante responde a una tipología muy concreta de la danza. Nacen tras la contrarreforma en la península Ibérica, suelen ser ocho hombres mas uno y danzan en honor, normalmente, a una deidad. Podríamos decir que es un tipo de danza excluyente, no de plaza, donde no todo el mundo puede participar: no es una danza excluisvamente festiva, cuya función principal sea hacer bailar al espectador, como puede ser una mutildantza, un ingurutxo o una jota, que en principio (en origen) está abierta, al menos, a todo oriundo.
Conscientes pues, de esa carencia de un grupo de danzantes propiamente dicho, coincidiendo con el 25 aniversario del grupo de danzas Iruña Taldea allá por el año 1997, unos cuantos antiguos dantzaris del mencionado grupo se unieron para formar una cuadrilla de danzantes.
Primera alineación de los Danzantes de San Lorenzo en 1997. De izquierda a derecha, Roberto Erroba, Juan Sainz, Javier Ágreda, José Luis Balmaseda, Ángel Minondo, Mikel Larramendi, Jesús Pomares y Jesús Urdániz. El bobo es Gorka Alcalde
Su primera actuación fue, por lo tanto, el día de San Saturnino de 1997 coincidiendo con la celebración del 25 aniversario de Iruña Taldea. Lo que iba a ser una formación efímera creada exclusivamente para tal ocasión, obtuvo buena aceptación y comenzó a ser reclamada en diversos sitios y eventos, lo que dio pie a la creación de los Danzantes de San Lorenzo.
A día de hoy antiguos dantzaris de diversos grupos de danzas conforman Danzantes de San Lorenzo y cuentan con numerosas actuaciones en infinidad de lugares, eventos y celebraciones, aunque las habituales y más importantes son la del día 10 de agosto, festividad de San Lorenzo en la parroquia pamplonesa dedicada al santo, en San Fermín, y la de la procesión del Corpus Christi, donde participan ininterrumpidamente desde 1999.
De esta forma, ha conseguido recuperarse la tradición de los danzantes en dicha procesión, que se había perdido en el siglo XIX. (Ver Danzantes en Pamplona).
Cofradía de los Danzantes de San Lorenzo
Danzantes de San Lorenzo con la Tarasca el día del Corpus
Mencionado el carácter específico y preciso de un grupo de danzantes, pareció apropiado conformar una cofradía, atendiendo a la segunda definición del DRAE, que define cofradía como “Gremio, compañía o unión de gentes para un fin determinado”. Desde principios de 2009 el grupo pasa a denominarse Cofradía de los Danzantes de San Lorenzo-San Lorentzoko Danzanteen Kofradia.
El funcionamiento es el siguiente. 25 cofrades son los encargados de la gestión de la cofradía, miembros de pleno derecho. Los asociados son personas o colectivos sin voto, cuya lína de trabajo coincide con la de la cofradía. El número de asociados es ilimitado. Son los cofrades los encargados de proponer y elegir a los nuevos miembros (cofrades o asociados), mediante votación. De este modo, la cofradía persigue el fin de dar a conocer y recuperar la figura de los danzantes, principalmente en Pamplona, olvidada desde el siglo XVIII, así como incentivar la investigación en la materia, reuniendo entre sus filas a miembros destacados por su veteranía en el mundo de la danza y música o por su dedicación a la investigación y desarrollo de la misma en general.
PERSONAJES
EL BOBO
Bobo, Grazioso o Simple es como se llamaba en Pamplona a ese personaje que acompañaba a los danzantes y a su vez increpaba al público con sus zurriagazos. Es un personaje complejo en el que concurren diferentes personalidades festivas de la antigua celebración sacra y lúdica al mismo tiempo. Es la máscara arcaica fustigadora y fertilizante, es el loco, es el bufón, es el personaje grotesco y lúcido a la vez de la comedia clásica. Es ajeno a los danzantes y a la misma sociedad.
Su traje arlequinado de petachos y sus gracias, en otros tiempos más elocuentes, alocadas y agresivas, lo dicen todo. Bobo viene de “balbus”, tartamudo, aunque esa tartamudez seguramente esconde una sabiduría extraña o superior al resto de la comunidad. Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española lo deja en “hombre tardo, stúpido, de poco discurso, semejante al buei” de donde trae su etimología, “porque de bos, bovis, se dixo bobo”. Dejando a un lado la mayor o menor certeza de dichas etimologías, queda clara su similitud con los personajes burlescos presentes en la mayoría de culturas.
El palo con la vejiga, la cola de caballo, las pieles o la bolsa maciza para atacar y perseguir al que espera el pasacalle de los danzantes es lo más característico de su atuendo. En algunos lugares como Ochagavía o Montarrón cubre su rostro con una máscara en determinados momentos. El caracter de bufón está pasando a segundo plano en los últimos años. El Bobo a día de hoy parece más el director del conjunto de los danzantes: vigila la danza además de asistir al danzante y dirigir a los músicos. En numerosos lugares el del Bobo es un rol reservado a la gente de más edad y experiencia: un puesto de prestigio.
Bobo de Ochagavía (Ortiz de Echagüe 1953
Indumentaria del Bobo de los Danzantes de San Lorenzo
El Bobo de los Danzantes de San Lorenzo luce una casaca y calzón amplio de color granate y dorado con estampados. Al cuello una golilla blanca tan usada desde la Edad Media hasta el siglo XVIII y un gorro del que pende una borla que nos recuerda al de los Zaldikos de Iruña o al del botarga de Valverde de los Arroyos, a juego con la casaca y el calzón. Lleva medias blancas y/o negras y alpargatas. A la cintura, porta un cinturón con cencerros similar al que podemos encontrar en los Peliqueiros gallegos, Retiendas, el Txerrero suletino y un larguísimo etcétera. Lleva también un bastón que puede usar tanto a modo de báculo como de verga, parecido al que hallamos en el Bobo de Ochagavía, el Cachimorro alavés o el Botarga de Mazuecos. A menudo apoya sobre sus hombros un zacuto, en el que guarda el material necesario para la danza (palos, etc.).
EL DANZANTE
Los danzantes han sido siempre hombres. Esto no es obstáculo para que en su vestimenta usen faldas más o menos largas, sayas, delantales, puntillas, lazos en los brazos o en las muñecas, cintas multicolores y femeninas en la espalda, pañuelos igualmente de mujer, mantones (los de Costantim o Laguna de Negrillos) o incnzantes se acerca y se postra ante la divinidad protectora. Los danzantes representan a todo el grupo ante la deidad local. Así pues, en el danzante están depositados los dos sexos, o sea, toda la población.
Blanco y rojo es una combinación sagrada antiquísima; blanco de pureza, rojo de sacrificio. Es la combinación que vemos en los danzantes de espadas del grabado del Corpus sevillano de 1747, en Guipúzcoa, etc. Las ricas telas de brocado, sedas o damascos, con sabor a liturgia vieja, forman con frecuencia parte de este vestuario. A su vez, las gambadas de cascabeles, con su campanilleo metálico, o los escapularios nos hablan claramente de protección. La banda o bandas terciadas nos llevan al perfil militar de estas danzas pírricas. En las bandas predomina el rojo (en Graus o Laguardia por ejemplo); el rojo con el azul o verde también (en Oñate o Peñíscola). Estamos hablando ya de enfrentamiento.
Danzante de San Lorenzo
Los nueve pares de çapatos aparecen con cierta frecuencia en los gastos municipales, lo que nos da idea de la importancia del calzado, seguramente muy bien adornado. El número nueve no existe en los danzantes; es ocho más uno. Las cuadrillas que han conservado con mayor grado de integridad su indumentaria suelen presentar tocados vistosos y, no hace falta decirlo, atemporales: “kaskas” y mitras con flores (Valverde de los Arroyos o Majaelrayo) y espejo defensivo, sombreros aristocráticos con cintas de colores, gorras peculiares, claveles frescos o ramos de albahaca sujetos con el pañuelo de cabeza, prenda muy utilizada por los danzantes navarros y aragoneses (Cortes, Tudela, Ablitas, Tauste, Huesca etc.). En definitiva, el danzante no se viste; se reviste. A veces hay que ayudarle. El danzante nunca se disfraza.
Fue habitual el uso de máscaras, (como los Danzantes de Michoacán en Méjico) lo que nos manda al danzante comediante. Existía el mascarero, el tendero que alquilaba cascabeles, trajes y máscaras a las comparsas de danzantes. Algunos danzantes prestaban o alquilaban sus trajes a los de las localidades vecinas.
Los palos de la danza, al igual que los broqueles, los sables o los arcos, son sagrados. Con ellos se oficia la danza, la burruca, como escribía el maestro Iztueta en 1824 (Ver Bibliografia) hablando de las memorables danzas de Guipúzcoa. Los palos deben estar siempre bien pulidos y pintados, con sus cordones y borlas para sujetarlos a las muñecas. A finales del siglo XVI ya aparecen en Pamplona gastos por pintar los palos y los broquelillos. En lugares puntuales se ha conservado el detalle de manifestar el luto del danzante, sustituyendo, por ejemplo, su faja roja y la de su compañero de formación por la faja negra o danzando con los palos pintados de negro. Del mismo modo se ha conservado el traje de víspera, llevando sólo los cascabeles o algún elemento característico del traje de gala sobre la vestimenta habitual o sobre una indumentaria festiva siempre más sencilla que la del día de la fiesta.
Los danzantes, como decíamos, han sido siempre hombres. Bien niños, bien mozos o quintos que a través de la danza cumplen con un rito iniciático de su vida. Pueden ser una cuadrilla de hombres ágiles, resistentes y graciosos, con una gran vitalidad, o unos hombres ya maduros que se resisten a dejar el prestigio de su puesto en la danza a un hijo, un hermano o incluso a un nieto. Esta entrega de los palos o el sable o de algún elemento íntimo del traje resulta siempre emocionante.
En Fuentelcésped son los niños los que bailan
Hay danzantes que salen en la danza, con mayor o menor habilidad, por una promesa o por ser del barrio, de la cofradía, del gremio, de la parroquia o incluso de una determinada familia. Y por último, hay una edad del danzante que en otro tiempo ha tenido gran importancia y hoy está prácticamente olvidada. Es el maisu zarra, como todavía dicen en la ezpatadantza de Arretxinaga; son los veteranos, los viejos maestros, los que acudían con su venerable sabiduría a los ensayos para aconsejar, corregir y seleccionar a los de la nueva hornada.
En algunas cuadrillas de danzantes la madurez es una virtud. Estos son los de Grijota en Palencia, antes de 1930
(Caro Baroja 1986: 12 V
Existieron también cuadrillas de danzantes que iban de un lado para otro haciendo periplos más o menos largos a lo largo del estío festivo, cobrando bien. En realidad los danzantes has sido siempre bien remunerados. La gente les ha querido mucho y los ha necesitado, no como espectáculo, sino como mediadores y protectores de sus vidas, expuestas a tantas adversidades. Dentro del complejo y poliédrico mundo de la danza, los danzantes han sido los únicos remunerados. Ni siquiera la noble y solemne ezpatadantza ha cobrado un real.
La danza de los danzantes no es un espectáculo. Aunque no hubiera espectadores se celebraría con la misma espectacularidad. Toda danza es una necesidad vital que parte de lo más íntimo de la comunidad festejante.
Indumentaria del Danzante de San Lorenzo
Viste camisa y calzón blanco, sobre el cual va una falda del mismo tejido y color. La falda es, como hemos dicho, un atuendo común entre los danzantes; la podemos encontrar en Oñate, Laguna de Negrillos, Fuentelcésped, Constantim (Portugal), Susticacán (Méjico) y un largo etcétera. Las alpargatas son blancas también, aunque éstas estan decoradas con diferentes motivos dorados o de colores. El negro de las medias contrasta con lo blanco del resto del atuendo. A la cintura lleva faja roja ancha, y del mismo color son las cintas atadas en los brazos y la banda que cruza el torso. Lleva zapas de cascabeles en las espinillas, complemento muy habitual y visible en Ochagavía, Lesaka, los Morris ingleses y hasta en los danzantes americanos, como por ejemplo los de Coyoacán en Méjico. Cubre su cabello con un pañuelo estampado, sobre el cual se coloca el característico sombrero, elemento que a un toque señorial al danzante. Este complemento lo encontramos también en los danzantes de Degaña en Asturias o en los de Cisneros en Palencia, por ejemplo. Bajo la banda y protegiendo pecho y espalda, pende un escapulario con motivos religiosos; nos vienen a la mente como ejemplos, el de los ezpatadantzaris de Lesaka o el de los danzantes de Almudévar. Un llamativo detalle de la decoración del danzante son las joyas doradas que porta en la banda, cintura, sombrero o a modo de pendiente.
El danzante utiliza diferentes herramientas en sus danzas. Las castañuelas acompañan a la melodía y al danzante durante el pasacalles, pero, aparte de eso, el sable y el broquel, los palos y el arco forman parte del utillaje necesario, que aporta variedad al repertorio.
Veamos una danza del Grupo Danzantes de San Lorenzo:
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